La revelación produce una suspensión completa, aunque temporal, de la duda y el miedo. Refleja la forma original de comunicación entre Dios y Sus creaciones, la cual entraña la sensación extremadamente personal de creación que a veces se busca en las relaciones físicas. La proximidad física no puede proporcionarla. Los milagros, en cambio, son genuinamente interpersonales y conducen a un auténtico acercamiento a los demás. La revelación te une directamente a Dios. Los milagros te unen directamente a tu hermano. Ni la revelación ni los milagros emanan de la conciencia, aunque ambos se experimentan en ella. La conciencia es el estado que induce a la acción, aunque no la inspira. Eres libre de creer lo que quieras, y tus actos dan testimonio de lo que crees.
La revelación es algo intensamente personal y no puede transmitirse de forma que tenga sentido. De ahí que cualquier intento de describirla con palabras sea inútil. La revelación induce sólo a la experiencia. Los milagros, por otra parte, inducen a la acción. Por ahora resultan más útiles debido a su naturaleza interpersonal. En esta fase del aprendizaje, obrar milagros es importante porque no se te puede forzar a que te liberes del miedo. La revelación es literalmente inefable porque es una experiencia de amor inefable.
La reverencia debe reservarse sólo para la revelación, a la que se puede aplicar perfecta y correctamente. No es una reacción apropiada hacia los milagros porque un estado de reverencia es un estado de veneración, lo cual implica que uno de rango inferior se encuentra ante su Creador. Tú eres una creación perfecta y deberías sentir reverencia solamente en presencia del Creador de la perfección. El milagro es, por lo tanto, un gesto de amor entre iguales. Los que son iguales no deben sentir reverencia los unos por los otros, pues la reverencia implica desigualdad. Por consiguiente, no es una reacción apropiada hacia mí. Un hermano mayor merece respeto por su mayor experiencia, y obediencia por su mayor sabiduría. También merece ser amado por ser un hermano, y devoción si es devoto. Es tan sólo mi devoción por ti lo que me hace merecedor de la tuya. No hay nada con respecto a mí que tú no puedas alcanzar. No tengo nada que no proceda de Dios. La diferencia entre nosotros por ahora estriba en que yo no tengo nada más. Esto me coloca en un estado que en ti es sólo latente.
“Nadie viene al Padre sino por mi” no significa que yo esté en modo alguno separado de ti o que sea diferente, excepto en el tiempo, y el tiempo no existe realmente. La afirmación tiene más sentido desde el punto de vista de un eje vertical que de uno horizontal. Tú estás debajo de mí y yo estoy debajo de Dios. En el proceso de "ascensión" yo estoy más arriba porque sin mí la distancia entre Dios y el hombre sería demasiado grande para que tú la pudieses Salvar. Yo salvo esa distancia por ser tu hermano mayor, por un lado, y por el otro, por ser un Hijo de Dios. La devoción que les profeso a mis hermanos es lo que me ha puesto a cargo de la Filiación, que completo porque formo parte de ella. Tal vez esto parezca contradecir la afirmación "Yo y el Padre somos uno", pero esa afirmación consta de dos partes en reconocimiento de la mayor grandeza del Padre.
Las revelaciones son indirectamente inspiradas por mí debido a mi proximidad al Espíritu Santo y a que me mantengo alerta para cuando mis hermanos estén listos para recibir la revelación. De esta manera puedo obtener para ellos más de lo que ellos podrían obtener para sí mismos. El Espíritu Santo es el mediador entre la comunicación superior y la inferior, y mantiene abierto para la revelación el canal directo de Dios hacia ti. La revelación no es reciproca. Procede de Dios hacia ti, pero no de ti hacia Dios.
El milagro reduce al mínimo la necesidad del tiempo. En el plano longitudinal u horizontal el reconocimiento de la igualdad de los miembros de la Filiación parece requerir un tiempo casi interminable. El milagro, no obstante, entraña un cambio súbito de la percepción horizontal a la vertical. Esto introduce un intervalo del cual tanto el que da como el que recibe emergen mucho más adelantados en el tiempo de lo que habrían estado de otra manera. El milagro, pues, tiene la propiedad única de abolir el tiempo en la medida en que hace innecesario el intervalo de tiempo que abarca. No existe relación alguna entre el tiempo que un milagro tarda en llevarse a cabo y el tiempo que abarca. El milagro substituye a un aprendizaje que podría haber durado miles de años. Lo hace en virtud del reconocimiento implícito de la perfecta igualdad que existe entre el que da y el que recibe en la que se basa el milagro. El milagro acorta el tiempo al producir su colapso, eliminando de esta manera ciertos intervalos dentro del mismo. Hace esto, no obstante, dentro de la secuencia temporal más amplia.
UN CURSO DE MILAGROS